De pel·lícula

Marc Chagall


Daniel Mendelsohn. Una Odisea. Un padre, un hijo, una epopeya. Traducció de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2019. P.282-284.


El Canto XV recoge al fin el hilo narrativo que había quedado colgando al final del Canto IV —la visita de Telémaco a Helena y Menelao a Esparta— y comienza a enlazarlo en torno al relato del regreso de Odiseo a Ítaca. En el inicio del canto, Atenea se aparece al joven príncipe, a quien «la angustia por su padre ausente» no ha permitido dormir en toda la noche, tras el banquete en que Menelao y Helena han intercambiado sus historias de la guerra de Troya. Atenea se materializa ante el hijo de Odiseo y lo reprende por haberse demorado tanto en Esparta (ha sido ella quien lo ha enviado allí, pero qué más da); las noticias que le comunica sugieren la urgencia de su regreso. Porque, le dice, el problema que suponen los Pretendientes se ha agravado, la situación es dramática: en este momento, los padres y los hermanos de Penélope, convencidos de que Odiseo ha muerto, la están tratando de obligar a que se case con Eurímaco, el más presentable de los jóvenes que la cortejan. Electrizado por esta información, Telémaco intenta liberarse de la hospitalidad de Menelao. El monarca espartano se empeña en organizarle un banquete de despedida, seguido de la correspondiente entrega de lujosos regalos, pero Telémaco rechaza cortesmente la propuesta, alegando la urgencia de la misión que lo espera en su casa. [...] Al fin Menelao consigue imponerle unos cuantos regalos muy selectos a su impaciente huesped; comprendemos que Telémaco va a regresar a Ítaca —igual que su padre— cargado de objetos valiosos. Al abandonar Esparta, Telémaco y Pisístrato regresan a Pilos; los dos amigos se despiden y Telémaco embarca en la nave que lo llevará a su casa. La acción vuelve entonces a Odiseo y al leal porquero, Eumeo, que están cenando en la cabaña del anciano servidor.

Hay algo casi cinematográfico en el modo en que la acción del Canto XV va alternándose entre Odiseo y su hijo, como para excitar nuestra impaciente ansiedad de que ambos confluyan, de que los dos hilos se unan por fin. Ahora, mientras Odiseo y Eumeo comparten el pan, el héroe —cuya taimada mente jamás reposa, aunque ahora su proclividad a las trampas esté trocándose en algo más siniestro, en una reflexiva incapacidad para confiar, para aceptar las cosas por su apariencia— decide poner a prueba la lealtad de Eumeo, a pesar de que Atenea acaba de asegurarle que el anciano ha permanecido fiel a su ausente amo. Odiseo dice en voz alta que ha llegado el momento de abandonar la cabaña y no abusar más de la hospitalidad del porquero; bajará a la ciudad y probará suerte mendigando en el palacio real, u ofreciendo sus servicios como criado de la casa. Eumeo, atónito, no quiere ni oír hablar del asunto. Odiseo se queda donde está y ambos hombres intercambian historias a la luz del hogar, aunque la que aporta Odiseo sea, por supuesto, de mayor calibre: aún no ha revelado su verdadera identidad. Se inventa que viene de Creta, que es un hombre de alta cuna que, tras combatir en Troya, se ha visto en la ruina por la terca necedad y falta de disciplina de sus hombres y ha tenido que apelar a la piedad de un bondadoso rey, y que luego fue raptado y hecho prisionero, hasta acabar naufragando en Ítaca: un cuento fuertemente inspirado en sus propias desventuras. Este es uno de los llamados cuentos cretenses, complicadas mentiras que Odiseo les cuenta a diversos personajes tras su regreso a casa para halagarlos o engatusarlos o cautivarlos y así conseguir las cosas que le hacen falta.

El Canto XV concluye con una breve aparición de Telémaco, cuyo barco ha atracado por fin en Ítaca. A su regreso, él también acude a la cabaña del porquero, quien, según nos cuenta Homero, ha sido como un padre para el muchacho durante la prolongada ausencia de Odiseo.

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