L’assumpte dels gossos

Briton Rivière, 1876


Daniel Mendelsohn. Una Odisea. Un padre, un hijo, una epopeya. Traducció de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2019. P. 284-285.


En la mañana de mediados de abril en que comentamos el Canto XVI, Tom Don Quijote, que acababa de pedirme que lo llamara Tommy («es como me llaman mis padres»), levantó la mano.

—Lo que más me gusta de este canto es lo parecidos que son el padre y el hijo en este punto. Es muy interesante que Telémaco y Odiseo hagan las mismas cosas al regresar a Ítaca. Ambos vuelven con tesoros. Ambos llegan en secreto. Ambos acuden a la cabaña del porquero. Es como si ahora hubiese un paralelismo entre ellos. Yo diría, pues, que aquí es donde termina la Telemaquia. Vemos que el muchacho ya se ha hecho mayor. Ya está a la altura de su padre.

Hice una pausa para pensármelo.

—Es una estupena apreciación —afirmé.

—A mí lo que me gusta del Canto XVI es lo de los perros —dijo Madeline.

A lo que se refería era: al principio del Canto XIV, cuando Odiseo (que, según lo ha transformado Atenea, es, mírese como se mire, no más que un viejo mendigo decrépito) se acerca a la cabaña de Eumeo, casi lo matan los gruñidores perros guardianes del porquero. [...] Pero cuando Telémaco llega a la cabaña de Eumeo, al principio del Canto XVI, los perros que habrían podido matar a su padre se limitan a menear la cola: «no ladraron los perros». El joven es un habitual, es bienvenido, no como su padre, que lleva muchos años ausente y a quien no conoce esta nueva generación de perros.

—Es una de las cosas que te recuerdan que Odiseo es ya un extranjero en su tierra —continuó Madeline. 

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