La prova de l'arc
Retour d'Ulysse, André Derain, circa 1938 |
Daniel Mendelsohn. Una Odisea. Un padre, un hijo, una epopeya. Traducció de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2019. P. 334-336.
Penélope comunica el certamen a los Pretendientes en el Canto XXI, y pronto queda muy claro que, consciente o inconscientemente, ha maquinado el modo de poner un arma en manos del verdadero Odiseo. Odiseo, por su parte, lleva tiempo dándole vueltas a cómo mejorar sus opciones ante los Pretendientes, porque es consciente de que se hallan en enorme inferioridad numérica, su hijo, él y sus escasos y patéticos aliados: el fiel Eumeo, a quién por fin revela su identidad, otro viejo labrador, un vaquero llamado Filetio y, claro, la devota Euriclea. Poco después de su reencuentro con Telémaco [Nota: Cant XVI], el héroe ordena a su hijo que encierre todas las armas de los Pretendientes en un almacén de la planta superior, pero que tenga a mano las suyas; luego, cuando se aproxima el certamen, le pide a Euriclea que se refugie con las demás mujeres de la casa en sus habitaciones y le dice al vaquero que salga furtivamente al exterior y atranque las puertas del palacio, para que nadie pueda salir. Pero ¿cómo puede conseguir un arma? El certamen del arco le proporciona por fin una excusa.
Los Pretendientes, igual que las hermanastras de Cenicienta al probarse el zapato de cristal, intentan tensar el arco, uno tras otro, sin conseguirlo. Finalmente, el «mendigo» se ofrece a intentarlo, con gran irrisión de los Pretendientes. Antínoo se le echa encima: es una ofensa que alguien de tan baja cuna se atreva a interferir. En este punto interviene Penélope, muy astuta —lo cual sugiere, por lo menos a unos cuantos lectores, que siempre ha sabido que el mendigo es su esposo—. ¿De veras cree Antínoo, exclama, entre risa y risa, que ella se casaría con semejante vagabundo, si llegase a ganar? Por supesto que no. Pero, ya que todos han fracasado, ¿por qué no permitir al anciano que lo intente? Desafiando las protestas e imprecaciones de los muy contrariados Pretendientes, el fiel Eumeo coge la enorme arma y cruza con ella la abarrotada sala, hasta ponerla en manos del mendigo. Odiseo agarra el arco, lo tantea. [...] Luego, viendo que no había deterioro, en un fluido movimiento —con la misma gracia que un bardo que tiende su lira—, lo tensa.
[...] Y empieza el tumulto.
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P.S.: M'ha fet molt gràcia aquesta referència a La Ventafocs. M'ha fet pensar, també, en aquella llegenda del cicle artúric, l'espasa Excàlibur clavada en una roca i aviam qui és el trempat que aconsegueix treure-la d'allà. Aquí en parlen.
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