De pares i fills

E.-C. Ricart


Daniel Mendelsohn
Una Odisea. Un padre, un hijo, una epopeya. Traducció de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2019. P. 368-371.


La última escena de reconocimiento de la Odisea ocurre en el canto final, el XXIV. Tras reencontrarse con Penélope, Odiseo abandona el palacio y se dirige al campo, fuera de la ciudad, a buscar a su padre, que allí se ha desterrado. Un hijo en busca de su padre. Así es como empieza la Odisea, y así termina.

Odiseo encuentra a Laertes atendiendo su huerto, pero, en lugar de abalanzarse hacia él para «besarlo y abrazarlo y contarle detalladamente cómo había regresado por fin a su tierra patria», decide, curiosamente, poner a prueba al anciano, «tentarlo antes con palabras punzantes». De manera que vuelve a adoptar una falsa identidad, presentándose a Laertes como un antiguo amigo de Odiseo —a quien, le informa, ha visto vivo y bien no hace más de cinco años—. Pero el decrépito antiguo rey, superado por el sufrimiento de creer muerto a su hijo, cae de hinojos, arranca puñados de tierra del suelo y se restriega con ellos la cabeza, en lamentable muestra de dolor. Odiseo queda abrumado ante semejante espectáculo y renuncia a la última de sus muchas mentiras, y, tras revelar su verdadera identidad a su padre, lo abraza por fin.

El poema termina no mucho más adelante, cuando Laertes, Odiseo y Telémaco se enfrentan a una furiosa multitud de hombres armados: los padres de los Pretendientes muertos acuden en colérica turba, todos juntos, a vengar la matanza de sus hijos. [...] Pero es al abuelo, al anciano vencido por los años, a quien la Odisea ennoblece en un momento final de magia: cuando las tres generaciones de hombres se enfrentan a sus enemigos, Atenea devuelve a Laertes su vigor juvenil. [...] Atenea y Zeus contribuyen a dar fin al poema, igual que, quince mil versos antes, contribuyeron a ponerlo en marcha. Tras borrar mágicamente de sus ultrajados familiares el recuerdo de los muertos, ambos dioses obligan a los belígeros mortales a pactar un acuerdo de paz, según términos que fija la propia diosa.

Hay ciertos comentaristas y lectores, antiguos y modernos, a quienes este final, más bien enrevesado y cívico, no les gusta nada; y afirman con insistencia que el poema termina «realmente» en el Canto XXIII, con el reencuentro de Odiseo y Penélope. No obstante, proponer esto es olvidar el modo en que empieza la Odisea: con una crisis en Ítaca, un callejón sin salida que tiene paralizada la existencia no solo de la esposa de Odiseo y de su hijo, sino también de su pueblo...Pero aún queda un instante final de travesura tras la referencia al solemne pacto. En los dos últimos versos del poema, Homero describe a la diosa de la sabiduría en el momento en que impone su tregua:

«Palas Atenea, hija de Zeus portador de la égida, adoptando el aspecto y la voz de Mentor.»

Así pues, la Odisea termina con un guiño. Continúan los disfraces y los engaños.

[...] Habíamos terminado. Dije unas palabras sobre lo mucho que había disfrutado del seminario, y algunos chicos aplaudieron, un poco por quedar bien, y luego se levantaron de sus asientos, estuvieron unos momentos hablando en grupitos y salieron todos. 

[...] Como tantas veces habíamos comentado, la Odisea es un poema que celebra todas las formas de narración, algunas de ellas engañosas e incluso faltas de honradez, como bien demuestran los relatos del propio Odiseo. Y, sin embargo, aunque no tiene ningún reparo en mentir a sus hombres, a sus anfitriones, a sus benefactores, a sus criados, a su hijo, a su mujer, incluso a la propia Atenea, la única falsedad que Odiseo es incapaz de llevar hasta su conclusión es la que empieza a contarle a Laertes. Mi pregunta, si hubiera tenido tiempo de plantearla, habría sido la siguiente: «¿Por qué será que, a ojos de Homero, la única mentira inimaginable es la que un hijo pudiera contarle a su padre?».


Calpurnio

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