Oliver i Stan
Mi Dante
Confluencias, 2012
Dante es de una severidad impresionante, pero también ofrece un fabuloso registro cómico. Entre él y Virgilio existe una gran amistad, un sentimiento profundo, como el amor, igual de misterioso, indescifrable. Sin embargo, llegados a cierto punto, precisamente en este canto VIII, Virgilio se transforma de amigo en comparsa, como en un espectáculo moderno, y él y Dante se convierten en dos cómicos, como el Gordo y el Flaco: Oliver y Stan, con los que comparten las mismas características. La narració es para morirse de risa: hay un Dante tremebundo que, pese a estar protegido por Dios, por la Virgen, por Santa Lucía, por Beatriz, por todos los santos y por su poeta preferido, al Infierno no quiere ir. Está muerto de miedo. Virgilio hace de Oliver, diciendo: «No te preocupes, yo lo arreglo». Entonces va, la lía y vuelve tras haberlo estropeado todo; y vuelve con la misma cara del Gordo. Son muchos los pasajes que se desarrollan con el mismo mecanismo de un sketch. Y todo esto, narrado en un escenario descrito como si Dante hubiese tomado LSD. Nada de éxtasis: ¡ácido lisérgico puro!
El canto VIII es un canto que hace reír porque Dante Alighieri entra en juego con el cuerpo; el miedo y los sentimientos interactúan con lo físico, ingredientes básicos de la comedia. Napoleón, cuando llegaba un general con cara larga para darle una mala notícia, le decía: «¡Siéntese!». Como todos eran culones y llevaban siempre espadas, condecoraciones, largas chaquetas, el general se aturullaba. Entonces Napoleón se echaba a reír y la tragedia acababa ahí; después, la batalla acababa bien porque él estaba de buen humor. Cada vez que aparece lo físico, vuelve la comedia, vuelve la humanidad, vuelve lo de andar por casa, que a fin de cuentas es igual a lo sublime, no hay ninguna diferencia.
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