700 anys de la mort de Dante

Galileo Chini, 1921


PABLO MAURETTE
700 años de la muerte de Dante
El Tiempo
10|4|2021


En 1921, cuando se celebró el sexcentésimo aniversario de la muerte de Dante Alighieri, Italia apenas empezaba a recuperarse de los estragos de la gripe española y ya estaba en el umbral de una nueva y larga noche. El siglo había empezado mal. El comienzo de la pandemia, que solo en Italia mató a unas seiscientas mil personas (un 1,5 por ciento de la población), había coincidido con el final de la Primera Guerra Mundial, en la que murieron más de medio millón de italianos. El ascenso de Mussolini al poder en octubre de 1922 desembocaría directamente en la Segunda Guerra. Más de tres décadas de calamidades. Sin embargo, entre el fin de la peste en la primavera del 21 y la marcha fascista sobre Roma, en el otoño del 22, el país tuvo un respiro y se dedicó a celebrar un nuevo centenario de la muerte de su máximo poeta. Hubo conferencias y lecturas públicas por todo Italia bajo el auspicio de Benedetto Croce, que era por aquel entonces ministro de Educación. Se presentó una edición de lujo de la Divina comedia, Gabriele D’Annunzio ofrendó sus propios laureles a la memoria del sommo poeta y Galileo Chini diseñó un famoso póster para promocionar el aniversario, un Dante art nouveau. Emparedados entre dos períodos oscuros, los festejos tuvieron un brillo particularmente intenso.

Ha pasado un siglo desde entonces. Se cumple un nuevo centenario de la muerte de Dante y la fecha nos vuelve a encontrar estragados. Según una antigua creencia veneciana, para que termine una epidemia tienen que pasar dos Pascuas y una Navidad. Acaso para cuando llegue la noche del 13 al 14 de septiembre, fecha en que Dante abandonó el mundo en 1321, estemos ya inmersos en eso que muchos con admirable optimismo denominan la ‘nueva normalidad’. Por lo pronto, han arrancado las celebraciones en modalidad remota. Lecturas colectivas vía Twitter, Facebook y Zoom, conferencias virtuales, muestras digitales, mesas redondas transmitidas a través de YouTube y hasta grupos de WhatsApp dedicados a la lectura y discusión de la obra dantesca han invadido la ciberesfera. 

Tres ciudades son epicentro de las celebraciones: Florencia, donde el poeta nació en 1265 y donde transcurrió los primeros 36 años de su vida. Ravena, ciudad en la que vivió sus últimos años y donde murió. Y Verona, cuyo señor Cangrande della Scala lo acogió y lo patrocinó durante una parte considerable de su exilio. Entre los cientos de eventos planificados para este año se destacan una muestra en la Galería de los Uffizi de ilustraciones de la Divina comedia hechas por el pintor manierista Federico Zuccari a fines del siglo XVI, una exhibición de manuscritos y ediciones raras de obras de Dante en la Biblioteca Classense de Ravena y una exposición monumental dedicada al Infierno en las Escuderías del Quirinal, en Roma.

Pero la fiesta dantesca trasciende los confines de la península itálica. De Berlín a Rabat, de Moscú a Río de Janeiro, los Institutos Italianos de Cultura de todo el mundo han organizado charlas, encuentros, muestras y lecturas para promover la obra del poeta considerado por muchos como el padre de la lengua italiana y, en más de un sentido, de la Italia moderna. En Nueva York, al pie de la estatua de Dante frente al Lincoln Center, el alcalde Bill de Blasio dio el puntapié inicial a una serie de festejos que se llevarán a cabo por todo Estados Unidos. En Tokio, se celebrará un espectáculo de arte dramático que mezcla temas dantescos con danza y teatro kabuki. En Lisboa, el Centro de Estudios de la Historia de la Lectura organizará una exhibición de más de ochenta títeres que representan a los personajes centrales de la Divina comedia hechos a mano por el escritor argentino-canadiense Alberto Manguel.

El mundo hispanoparlante, tan afecto a la obra de Dante, no se ha quedado atrás. La iniciativa Madrid Città Dantesca propone una serie de diez lecturas públicas en librerías y bibliotecas de toda la capital española. Desde el Perú, Carlos Gatti Murriel dio inicio a una nueva edición de su Lectura Dantis Limensis, una tradición que ya lleva treinta y cinco años. En Argentina, Claudia Fernández Speier presentó su edición bilingüe de la Divina comedia en tres volúmenes (Editorial Colihue) y en mayo se publicará La palabra deseada: la Divina Comedia en el mundo contemporáneo (Mardulce Editora), del joven dantista Mariano Pérez Carrasco. Por su parte, el Instituto Italiano de Cultura de Bogotá difundió una serie de videos dedicados a distintos aspectos de la vida y obra de Dante a cargo del profesor Humberto Ballesteros, el escritor Santiago Gamboa, el italianista Nelson Osorio y la escritora Carolina Sanín, que recientemente publicó Tu cruz en el cielo desierto (Laguna Libros), un originalísimo homenaje a la Vida nueva.

Volviendo a Italia, si bien el año dantesco empezó el 3 de octubre pasado con un concierto a cargo del maestro Riccardo Muti, el comienzo oficial de las celebraciones fue este 25 de marzo. En el Palacio del Quirinal, frente al Presidente de la República, el ministro de Cultura y otras autoridades del gobierno (todos enmascarados y socialmente distantes), el actor Roberto Benigni recitó el canto vigésimo quinto del Paraíso, el canto de la esperanza, reprimiendo la euforia que lo caracteriza, con una mezcla de histrionismo y solemnidad que logró momentos de genuina emoción. La elección de la fecha se debe a que, desde 2020, el 25 de marzo se celebra en Italia el Dantedì, o “día de Dante”. Fue precisamente aquel día, en el año 1300, cuando el poeta emprendió el viaje al más allá cuya crónica en endecasílabo le valdría la gloria eterna.

Obsesivo de la numerología, Dante tenía buenas razones para datar en esa fecha específica el inicio de la odisea que lo llevaría al infierno, al purgatorio y al paraíso. 1300 fue un año de Jubileo y el Viernes Santo cayó el 25 de marzo, que era también la fecha en que se celebraba el año nuevo en Florencia. Su viaje al inframundo se desarrolla durante el tiempo simbólico que transcurre entre la muerte de Jesús y su resurrección; Dante se permite ir al infierno solo en un mundo sin Dios. Pero 1300 fue un año crucial por otros dos motivos. En primer lugar, Dante cumplió 35 años y llegó a la mitad del camino de la vida, que según la creencia medieval se extendía como mucho, y con una buena dosis de suerte, siete décadas. En segundo lugar, sería el último año que pasaría en su patria.

Fue en el marco del largo conflicto entre güelfos y guibelinos (partidarios del Papa y partidarios del emperador romano-germánico) que algunas ciudades güelfas, como Pistoia y Florencia, se fragmentaron en facciones enemigas, los denominados Güelfos Blancos y Güelfos Negros. Se trataba, a fin de cuentas, de enemistades atávicas entre familias poderosas; no hay odio más virulento que el odio entre vecinos. Dante tuvo una carrera política breve y meteórica. Llegó a ser uno de los siete priores que gobernaban Florencia y, por una cuestión de lazos familiares, quedó del lado de los Güelfos Blancos. En 1301, mientras el poeta estaba en Roma representando a su ciudad ante el Papa, Bonifacio VIII, los Negros tomaron el poder en Florencia y Dante, junto con otros blancos, fue condenado al exilio. Al año siguiente, un tribunal lo juzgó y lo sentenció a muerte in absentia. Dante no volvería a pisar su ciudad natal. El desgarro del exilio lo acompañaría por el resto de sus días y en su imaginación poética el año 1300 quedaría cristalizado como la antesala de la mayor tragedia de su vida.

Uno de los eventos más curiosos de este año dantesco está relacionado precisamente con el juicio. En mayo se celebrará una conferencia en la que historiadores, lingüistas y filósofos del derecho discutirán si los argumentos que sustentaron ambas condenas (al exilio en 1301, y a muerte en 1302) todavía se sostienen. El encuentro surge de una iniciativa de Sperello di Serego Alighieri, descendiente directo de Dante y profesor de astrofísica, que decidió apelar el veredicto contra su ilustre antepasado. Sperello tiene la esperanza de que se revierta la sentencia y así lavar de toda culpa el nombre del poeta. “El pasado nunca muere; no es ni siquiera pasado”, escribió William Faulkner.
En Italia, este enunciado es especialmente verdadero.

La polémica en torno a la condena de Dante no es la única dando vueltas en este septingentésimo aniversario. Recientemente nos enteramos de que una nueva traducción de la Divina comedia al neerlandés omite el nombre de Mahoma. El profeta del islam hace una aparición fugaz pero sobrecogedora en el canto vigésimo octavo del Infierno. Estamos en la novena fosa del octavo círculo donde pagan su culpa quienes sembraron cizaña entre los hombres y dividieron a los pueblos. De pronto, Dante ve a un condenado que está partido en dos. Parece una escena de Scarface. Un tajo que va del ano a la barbilla lo ha abierto por la mitad y las tripas le cuelgan como las ubres de una cabra. Es Mahoma que, al ver al poeta, exclama: “¡Mira cómo me desgarro!”. En su caso, la ley del contrapasso es brutalmente literal: en el infierno, el cismático que promovió la división de la fe es dividido en su propia carne. Los editores belgas de esta nueva edición del texto, acaso temerosos de que se replicase en sus oficinas el horror de Charlie Hebdo, tomaron la decisión de eliminar la mención del nombre.

Ante este acto de autocensura bien podemos rasgarnos las vestiduras como Dante le rasga la carne al profeta de Alá, aunque quizá sería más sensato respirar hondo, contar hasta diez y apostar a que, pasadas algunas generaciones, en un futuro inconcebible y mucho más civilizado (o mucho más brutal), esta traducción sea una pieza de museo, una curiosidad histórica que aporte a nuestros descendientes evidencia material de una era en que la opinión pública, conformada y amplificada a través de las redes sociales, les arrebató a las instituciones religiosas y políticas el rol inquisitorio de custodio de la moral y las buenas costumbres.

También del mundo germánico llega otra polémica que estalló en los medios este 25 de marzo. El crítico alemán Arno Widmann, un eximio provocador, publicó un ataque vitriólico contra Dante en el Frankfurter Rundschau. Widmann les explica a sus lectores el significado del dantedì y aprovecha para acusar a Dante de arribista, egocéntrico, plagiario y, lo peor, considerablemente menos moderno (léase “relevante”) que Shakespeare. Desde luego, Widmann tiene razón en todo, lo curioso es que considere que estos epítetos son descalificatorios. Todo artista que se precie es un arribista pues tarde o temprano entiende que debe ganarse la vida como sea a fin de tener el tiempo, el espacio y la tranquilidad necesarias para entregarse de lleno a la creación. El egocentrismo es igualmente constitutivo del genio artístico. En el caso de Dante, estamos hablando quizá del caso más descomunal de egocentrismo en la historia de la literatura. La Commedia es una reconstrucción del universo a su imagen y semejanza; un universo Dantecéntrico. Respecto de las acusaciones de plagio, ya a comienzos del siglo XX el catedrático español Miguel Asín Palacios argumentó que la Divina comedia se inspira en textos que narran el viaje nocturno de Mahoma al Paraíso. Lo cierto es que la literatura clásica y medieval abunda en crónicas de viajes al más allá. Ulises se asomó al mundo de los muertos. Er, Orfeo, Hércules y Eneas lo visitaron.

En Las revelaciones de La Meca, el filósofo sufí Ibn Arabi describió en detalle las geografías del infierno y del paraíso. La sobrevaloración de la ‘originalidad’ es una superstición moderna que nace de una manera nueva y farandulera de entender la figura del artista, y que es parte esencial de la concepción de la obra de arte como bien de consumo. Para el artista premoderno, las ideas y las imágenes no le pertenecen a nadie. A Dante, así como a Platón o a Virgilio, la noción de ‘derechos de autor’ les habría parecido tan insólita como abominable. En esto, como en todo lo demás (su noción de lo humano y de lo divino, su idea del cosmos, su ética, su política), Dante es total y absolutamente premoderno. Acaso a Widmann lo irrite el chauvinismo de tantos italianos que se jactan de “tener” al mayor genio literario de la historia. Convengamos que el chauvinismo, como toda versión del nacionalismo, es deplorable. Pero la jactancia italiana tiene sustento.

Dante fue el mejor. Es el mejor. El mejor de todos. Y no solo por su importancia histórica, por su rol como padre de una lengua y principio unificador de un ser nacional. Es su misma obra, tomada extemporáneamente, la que hace de él un monte Everest en la cordillera del genio literario. “Dante nunca se equivocó”, dijo Borges. En la Commedia, por lo menos, esto es cierto, aunque algunos dantistas melindrosos opinen lo contrario. La perfección formal, la fluidez impoluta de la prosodia y la monumentalidad de la ingeniería nunca, ni por un segundo, le restan a la obra un ápice de la humanidad, la vivacidad y la emoción que la caracterizan. Con la Divina comedia, Dante logró un milagro que para la religión cristiana solo Dios había logrado antes, cuando encarnó en Jesucristo: una criatura a la vez perfecta y fallada, divina y humana. Tan novedoso era lo que Dante había concebido que tuvo que inventar una forma poética para plasmarlo en palabras, la tercina.

A lo largo de los cien cantos que componen la obra, las estrofas de tres versos concatenadas por la rima, por las aliteraciones y por una variedad desorbitante de alusiones intertextuales, forman una urdimbre tan elegante como resistente; son los ladrillos que van construyendo el edificio del poema. En cada tercina, la última palabra del primer verso rima con la última del tercero, mientras que la última del segundo verso rima con la última del primer verso de la tercina siguiente. Esto significa que estamos constantemente mirando hacia adelante y hacia atrás, como el viajero que deja su patria a la fuerza y se debate entre la esperanza que brilla desde el futuro y la nostalgia que late en el pasado. La Divina comedia es una catedral de palabras que contiene todo, el odio y el amor, el vicio y la virtud, la miseria y la gloria, la escoria y las estrellas y todo lo que media entre ellas. Pero es también, antes que nada, una reconstrucción del mundo a partir del drama particular de un individuo. Irremediablemente provinciana y milagrosamente universal. Como Italia. Para Dante, como dice Indro Montanelli, el universo era un mero apéndice de Florencia.

En 1921, cuando se cumplieron seiscientos años de la muerte de Dante, un equipo de especialistas abrió la tumba del poeta y reconstruyó su esqueleto para calcular su estatura y determinar otras notas fisionómicas del poeta. La historia de los restos mortales de Dante está signada por vicisitudes comparables a las que atravesó el hombre en vida. En 1398, Florencia le pidió a Ravena que restituyese el cuerpo para enterrarlo con honores en la catedral de Santa María del Fiore. Ravena, justamente, se negó. En 1519, la ciudad toscana reiteró el pedido a través del papa León X, un Medici, hijo de Lorenzo el Magnífico. Ravena esta vez no pudo negarse, pero cuando la delegación florentina abrió la tumba la encontró vacía. Los monjes del convento franciscano que linda con el mausoleo, anticipando la llegada de los emisarios del Papa, habían extraído los huesos y los habían escondido en un nicho secreto entre dos muros. Más de tres siglos pasaron y la tumba permaneció vacía hasta que en 1865, en ocasión del sexcentésimo aniversario del nacimiento del poeta y en el contexto de la unificación de Italia, se decidió renovar el mausoleo. En eso estaba un equipo de obreros cuando, de pronto, uno de ellos golpeó algo que sonó hueco, abrió el muro y dio con una caja de madera que contenía un esqueleto. Era Dante. Como epílogo de este derrotero de ultratumba, que poco tiene que envidiarle al viaje místico que narra el poeta en la Commedia, durante la Segunda Guerra Mundial los mismos monjes franciscanos sacaron los restos de Dante del mausoleo para protegerlo de las bombas de los Aliados y lo enterraron en un túmulo en el patio del convento.

En 2018 estuve en Ravena y una historiadora que trabaja en la Secretaría de Cultura de la ciudad me confió que se barajaba la posibilidad de abrir nuevamente la tumba durante las celebraciones de 2021 para hacerles un análisis de ADN a los huesos y cotejarlo con el ADN de uno de los descendientes vivos del poeta. “¿Y usted qué piensa, lo harán?”, le pregunté. “No creo –respondió–, mire si resulta que no es Dante...”.

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