L'ordre moral de l'Infern



ERICH AUERBACH
Dante, el poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008. P. 

El orden moral del Infierno se basa, dentro de la división general de las malas acciones, en la ética aristotélica; pero en el limbo, en los círculos primero y sexto y en muchos detalles, fueron utilizadas otras fuentes y concepciones, y tanto en la asignación de los castigos como en la invención de espíritus infernales, la fantasía poética trabaja con un imponente material de tradiciones de carácter mítico que ha estimulado una y otra vez a la investigación sobre sus orígenes y su significado sin llegar a resultados satisfactorios.

El embudo del infierno está dividido en nueve círculos; los pecados son tanto más graves y los castigos tanto más terribles según se va descendiendo. El primer círculo contiene a los paganos virtuosos y a los niños sin bautizar; todos ellos perdieron el derecho a la bienaventuranza eterna por no ser cristianos; no sufren más castigo que la privación de la visión de Dios, y los personajes antiguos se mueven con un aplomo tal que recuerdan antiguas representaciones del más allá. Del segundo al quinto círculo están castigados los pecadores por incontinenza, primero aquellos que pecaron con pasiones del cuerpo, lussuria y gola, después los que pecaron con un exceso anímico, avarizia e ira. El quinto y último círculo de esta división es el río infernal Estigio; sobre sus aguas navegan Virgilio y Dante adentrándose en la ciudad amurallada de la malizia, la civitas diaboli propiamente dicha. También aquí el círculo superior, el sexto, contiene una categoría no prevista por Aristóteles, la de los herejes y «epicúreos» ateos; a continuación siguen en el orden aristotélico, en el séptimo círculo, los violentos, en el octavo, los engañadores, ambos grupos con múltiples graduaciones según el tipo particular de pecado y de castigo: hay una violencia contra el prójimo, contra uno mismo, contra Dios; en el caso del engaño se forman subgrupos concretos: alcahuetes, aduladores, «simonistas», adivinos, barateros (barattieri), hipócritas, ladrones, malos consejeros, cizañeros, falsificadores; extirpados de todo este grupo y reunidos en un círculo infernal particular, el noveno y más bajo, están aquellos engañadores que han abusado de un vínculo de confianza especialmente sagrado: los traidores. En el abismo más profundo del Infierno está Lucifer y en sus tres fauces son aniquilados los tres peores traidores, Judas, el traidor de Cristo, y los asesinos de César, Bruto y Casio, los traidores el imperio.

Dante desterró al limbo al inmenso número de cobardes y de indecisos, «che visser sanza infamia e sanza lodo», y con ellos están los ángeles que no tomaron partido en el momento de la rebelión y de la caída en desgracia de Lucifer. Esta división es natural porque, de una parte, la accidia no genera determinadas malas acciones y por consiguiente no puede incluirse en el sistema penal del Infierno, y, por otra parte, es considerada pecado incluso por Aristóteles y Tomás porque la falta de amor le excluye a uno de la visión de Dios. Sin embargo, resulta llamativo y conmovedor para todo aquel que accede a la Comedia el grado de desprecio en que Dante los tiene. Su castigo no es un tormento infernal propiamente dicho, sino más bien una vejación adversa: alborotando, en grandes cuadrillas, corren en círculo y los insectos los acribillan. Pero el tormento moral es mucho mayor: la compasión y la justicia se apartan con desprecio, en la Tierra no hay ni rastro de ellos, el cielo los excluye, y lo peor de todo: no están ni siquiera en el Infierno. [...] Así pues, están en cierto modo por debajo del grado más bajo de los pecadores, quienes, al menos, eran seres humanos y cuyas acciones eran humanamente buenas o malas: éstos, sin embargo, «no han vivido nunca», pues no hicieron uso de la vis ultima del ser humano, la facultad de decidir y de actuar según la razón y la voluntad. Con estas palabras «questi sciaurati che mai non fur vivi» [«estos nunca vivientes desgraciados»] se ofrece la fundamentación de su destino eterno; aquí, como en todos los demás sitios, tiene lugar la ley del talión, del contrapasso, conforme a la cual se asigna a los pecadores su morada eterna; pero en la violencia de la expresión se revela la inclinación más personal de un carácter cuya toma de partido por el bien es apasionada, intrépida e inquebrantable, y para quien la acción militante significa la forma natural de vida.

La ley del talión domina el sistema penal del Infierno y genera un alegorismo sumamente concreto y drástico que, a su vez, ofrece con muchas variaciones el trasfondo adecuado para la aparición de cada personaje. La elección de los castigos es de una riqueza fantástica y, en la invención del horror, se muestra el genio de Dante en su versatilidad, en su oscuro pathos y en su concreción de una exactitud casi pedante; a pesar de toda la fuerza de sugestión ambiental que procuran los paisajes infernales, no hay en ningún pasaje nada difuminado en sentido moderno o bosquejado de manera impresionista, sino que reina una fuerza de expresión equilibrada y ordenada que, en cierto modo, describe en forma de atestado, e incluso allí donde se eleva hasta la invocación, la compasión, la cólera, el miedo o el terror, no pierde jamás la más estricta claridad. Son los paisajes y los castigos del Infierno los que procuraron la fama de que gozó Dante en las épocas románticas y que, incluso hoy en día, no del todo injustamente, determina el juicio de la opinión pública sobre él; en ellos se basa también la aversión que sintieron por él las épocas circunscritas al gusto clasicista. En última instancia, ambas concepciones se deben a un malentendido. Dante es, efectivamente, un creador del romanticismo, y de la concepción estética de la sublimidad del horror y de lo grotesco, de lo «gótico» fantástico y onírico, nació de su obra; pero no habría estado muy contento con esos discípulos.

[...] Los castigos del Infierno emplean material mítico y creencias populares, la fantasía se agita poderosamente con ellos, pero todos y cada uno de ellos se basan en una reflexión estricta y exacta sobre la jerarquía y el grado de cada pecado, en un conocimiento exacto de los sistemas de moral racionales, y cada uno en su realización determinada, concreta, expresión del pensamiento ordenador de Dios, debe obligar a uno a dar cuenta racional del carácter del pecado correspondiente, es decir, del tipo de desviación de aquel orden. Si los esclavos de los apetitos van a la deriva expuestos a vientos tempestuosos, los crápulas están de cuclillas en el suelo bajo la lluvia fría, los iracundos se pelan en la ciénaga, los suicidas estan transformados en arbustos a los que una jauría de perros desgarran y hacen sangrar, si los aduladores están hundidos en excrementos humanos, los traidores en hielo perpetuo: estos pocos ejemplos de la riqueza de Dante no son productos arbitrarios de una fantasía desenfrenada que trata de acumular escenas atroces, sino la obra de un riguroso entendimiento crítico que ha elegido para cada pecado aquello que le corresponde, y al que la conciencia de la justicia de su elección, de su conformidad con el orden divino, otorga la fuerza para conferir a sus palabras y a sus imágenes una plasticidad imponente, admirable...

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