L'hereu de Latini

Dante i Brunetto Latini.
Detall d’un fresc de la capella de Podestà al Palazzo del Bargello atribuït a Giotto, c. 1335


MARCO SANTAGATA
Dante. La novela de su vida. Traducció de Giovanna Gabriele.
Cátedra, 2018. P. 246-248.


En el canto XV, compuesto a poca distancia del de Farinata, aparece otro de los más ilustres personajes de la historia florentina, Brunetto Latini. Si Farinata es el gibelino por antonomasia, Brunetto es el intelectual más representativo del güelfismo florentino. También él es, por tanto, un símbolo. En la Comèdia, y en la historia político-cultural de Dante, esta aparición de Brunetto es, en realidad, un retorno.

En los años noventa del siglo XIII, en la época de las canciones civiles, Latini representaba para Dante el modelo del sabio que pone a disposición de la ciudad su saber y su experiencia del mundo para elevar su nivel moral e intelectual. Modelo todavía bien presente para el Dante que en Florencia esboza los primeros cantos del poema que llegaría a ser la Comedia. El celebérrimo incipit («Nel mezzo del cammin di nostra vita / mi ritrovai per una selva oscura, / che la diritta via era smarrita») alude de modo explícito al inicio del Tesoretto, donde Latini cuenta cómo, en el camino de regreso de su embajada a Alfonso X de Castilla por encargo del Comune, habiéndole informado un estudiante «que venía de Bolonia» de la derrota sufrida por los güelfos florentinos en Montaperti y de su expulsión de la ciudad, a causa del dolor había perdido el sentido de la orientación y, abandonada la vía maestra, se había encontrado sin darse cuenta en una selva horrible. La alusión dantesca, dejando entrever tras un extravío ético-existencial una realidad de grave desorden político, va mucho más allá de un simple homenaje literario: en efecto, colocar el inicio del poema a la sombra del más ilustre intelectual güelfo de Florencia no es un gesto neutro, parece más bien una forma de autoproclamarse su heredero.

Esto ocurría a principios de siglo, pero pasan pocos años y Dante parece haberlo olvidado. De Brunetto no queda rastro en el Convivio; el De vulgari eloquentia lo nombra incluso entre los toscanos que, en su demencia, pretenden arrogarse el blasón de vulgar «ilustre», mientras que escriben solo versos municipales. Una punzada hiriente. Ahora, al reanudar el poema, su actitud sufre otro viraje. Brunetto se convierte en una de las figuras centrales para la reivindicación dantesca de pertenecer a la tradición político-cultural encarnada por su antiguo maestro. En ese canto del Infierno, Dante subraya su función magistral («mi maestro») con expresiones grandilocuentes («me enseñabais que el hombre se hace eterno»). A los elogios del maestro se suma la reiterada exhibición del lazo filial que lo liga a él: «Oh hijo mío...Oh hijo...», «la cara y buena imagen paterna». Llamarse hijo de Brunetto significa proclamarse su heredero, señalarse a sí mismo, aunque ciudadano desterrado, como el verdadero intérprete de los valores de la tradición güelfa municipal. Brunetto considera un honor el exilio infligido a su alumno por «obrar bien», y con ello le otorga la patente de ciudadano íntegro y fiel a los principios de la comunidad florentina. «Blancos» y «negros», le dice también Brunetto, «tendrán hambre de ti», ambos querrán destruirte como demostración —tal es la idea sobreentendida— de que Dante no pertenece a ningún bando y de que su rectitud política es propia de quien, como Brunetto, se preocupa sinceramente por el destino de la patria y no de una parte de ella. Dante puede proponerse a sí mismo como heredero de Latini no pese a ser exiliado sino por ser exiliado.


Tom Phillips, 1981

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