Nota introductòria al cant XIX

Jordi Diaz Alamà

 

JOSÉ MARÍA MICÓ
Dante Alighieri. Comedia. Pròleg, comentaris i traducció de José María Micó.
Acantilado, 2018.


La invocación imprecatoria con que se inicia el canto nos indica que entramos en otro espacio, tanto narrativo como retórico. Se encuentran en la tercera bolsa del octavo círculo, que encierra a los simoníacos, aquellos que, como el mago de los Hechos de los Apóstoles que da nombre a su pecado, traficaron y se enriquecieron con los bienes inmateriales de la fe. Dante señala desde el principio la importancia de la invectiva que se avecina: «¡Ahora os toca a vosotros!». En ese espacio ven una serie de boquetes cuya descripción se enriquece con una anécdota personal no documentada, pero perfectamente atenida a las leyes de la evidentia: dice el poeta que eran del mismo tamaño que las pilas bautismales de «mi querido San Giovanni», el baptisterio de Florencia, referencia que, con el recuerdo de haber salvado a un niño que estuvo a punto de ahogarse, perfecciona el contrapaso: los pecadores están hundidos boca abajo en esos agujeros porque pensaron sólo en lo material y se olvidaron de las cosas del cielo, adulterándolas; asoman únicamente las piernas y tienen los pies en llamas. Dante se interesa por un pecador que agita las piernas más que los otros y, con el beneplácito y la ayuda de Virgilio, se acerca para hablarle. Todo lo que sigue es extraordinario y podemos concentrarlo en dos elementos: la comicidad de la situación y la gravedad de la invectiva contra la corrupción del papado. Dante se agacha para hablar con el penado y compara su posición con la de un fraile que confiesa a un sicario; al oír ruido afuera, el pecador se confunde y da por hecho que el que se acerca es el papa Bonifacio VIII; el condenado resulta ser el nepotista Nicolás III, de la familia Orsini, que profetiza la llegada al infierno de sus sucesores (el citado Bonifacio y el todavía peor Clemente V, un «nuevo Jasón»). El poeta no puede aguantar más y le suelta una buena filípica que, entre frases explícitas y aparentes reticencias, alude a la llamada donación de Constantino, cuya falsedad documental aún no se había demostrado, pero que para Dante representaba el poder temporal de la Iglesia y, por tanto, el inicio de su corrupción. Virgilio, que ha escuchado sonriendo las consistentes palabras de su discípulo, lo conduce con suavidad y afecto hacia la bolsa siguiente.

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