Non son torri, ma giganti
Botticelli, 1480-1495 |
JOSÉ MARÍA MICÓ
Dante Alighieri. Comedia. Pròleg, comentaris i traducció de José María Micó.
Acantilado, 2018.
Dante considera la amable reprimenda de Virgilio y la compara con la prodigiosa lanza del padre de Aquiles (Peleo), que con un golpe hería y con otro sanaba (en Metamorfosis, XIII, 171-172). Abandonan la décima y última bolsa del octavo círculo y avanzan por un paisaje crepuscular («no era ni de noche ni de día»: es la tarde del Sábado Santo 26 de marzo de 1300).
Se oye de improviso el sonido de un cuerno (más atronador que el de Orlando en Roncesvalles) que reclama la atención de Dante hacia un punto en que cree divisar las torres de una ciudad. Virgilio le explica que cuando se acerquen se dará cuenta de que no son torres, sino gigantes que rodean y protegen la muralla de la ciudad de Satán —como las torres de Monteriggioni, nos precisa el poeta— con medio cuerpo hundido en el foso, cercando el pozo del último círculo del infierno. El primer gigante, descrito con vivo pormenor, empieza a berrear palabras incomprensibles. Virgilio le replica que use el cuerno si quiere ser entendido y le da a su discípulo alguna explicación más sobre la responsabilidad de Nemrod —pues de él se trata— en la confusión de las lenguas (véase Par., XXVI, 124-142). Giran a la izquierda y a un tiro de ballesta ven a otro gigante, Efialtes, uno de los que se rebeló contra los dioses del Olimpo. Dante tiene el capricho de ver a Briareo, pero Virgilio le dice que está encadenado muy lejos de donde están y que es semejante, aunque tiene aún más fiereza, que Efialtes, que en ese momento se encoleriza y se agita dando un susto de muerte a Dante. Se acercan al siguiente gigante, que, como Virgilio había anticipado, es Anteo, y el poeta latino pondera sus hazañas para pedirle que, a cambio de la fama que puede reportarle Dante en el mundo, los ayude a bajar al lago del Cocito. Anteo agarra a Virgilio y éste a Dante, «y los dos fuimos un manojo solo». Con prodigioso movimiento —que el poeta compara con el efecto visual que produce la torre Garisenda en Bolonia cuando pasa una nube—, el coloso se arquea como un junco y deposita delicadamente a los poetas en el fondón del infierno.
William Blake, 1826-27 |
Una altra parella, però a La Mancha. I una altra confusió amb gegants, però a la inversa. No son gigantes, son molinos! Inevitable no pensar-hi.
ResponElimina—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Jo també ho vaig pensar quan ho llegia.
ResponEliminaEl que deia, Noemí: era (quasi) inevitable.
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