La fam d'Ugolino

Piazza dei cavalieri, Pisa


CÉSAR ANTONIO MOLINA
El hambre de Ugolino
La Voz de Galícia
26|12|2002


LEO EN La Repubblica que el paleontólogo jefe de la Universidad de Pisa, Francisco Mallegni, está a punto de resolver uno de los grandes misterios de la historia y de la literatura italiana: que el conde Ugolino Della Gherardesca no se comió a sus hijos. Este desmentido científico pone nada menos que en entredicho a Dante Alighieri. El conde pisano no le debía agradar al autor de La Divina Comedia, pues lo metió en el Infierno, en el Canto XXXIII. Gibelino, coqueteó con los güelfos y fue acusado de traición a causa de las intrigas del arzobispo Ruggieri degli Ubaldini de Pisa, por entregar castillos a Florencia y a Lucca en contra de la ciudad de la torre inclinada. Fue encarcelado en el 1288 en la Muda de los Gualandi, no con cuatro hijos, como escribió el poeta, sino con dos (Gaddo y Uguccione), y otros dos nietos (Nino y Anselmuccio hijos de su primogénito Güelfo II). De los cuatro, este último apenas contaba con quince años. Clavaron la puerta y los dejaron morir de hambre. Desde entonces ese lugar se llama Torre del hambre. Mallegni, que -según parece- identificó hace años los huesos de Giotto en Florencia, asegura ahora que ha dado con los del desgraciado conde Ugolino en la cripta de la pisana iglesia de San Francisco. El profesor está convencido de que la prueba del ADN le dará la razón y así la ciencia mostrará su verdad frente a la bella y estremecedora mentira de la poesía. Un manuscrito encontrado identifica los despojos como pertenecientes a esa familia, y además coinciden el número de esqueletos, el sexo y la edad de cada uno de ellos. El mayor tenía setenta años y murió de un fuerte golpe en la cabeza, mientras el menor contaba con unos veinte. ¿Lo mataron los propios hijos para no verlo sufrir o quizá los carceleros se conmovieron y restaron tiempo a los sufrimientos de todos? Por lo tanto, Ugolino no practicó el canibalismo ni murió de hambre. El paleontólogo comenta que al parricida le hubiera sido imposible masticar a sus familiares, pues no le quedaban dientes... «Oh padre, aliviarás nuestra agonía/ si comes de esta carne que nos diste/ y que hoy te devolvemos a porfía». En los versos siguientes Dante describe el roer de los huesos de las víctimas por el condenado como si fuera un perro y añade finalmente: «Oh crueles, nos gritó con desconsuelo,/ tanto que el peor recinto se os apresta,/ de mi rostro arrancad el duro velo/ para que tenga mi dolor salida,/ antes que el llanto vuelva a hacerse hielo». La historia del conde Ugolino della Gherardesca al que Dante encuentra en el noveno círculo del Infierno royendo el cráneo del culpable de su desgracia, el del arzobispo, emocionó a otros pintores y escritores como Chaucer, Croce, William Blake, Delacroix, Goya o Borges. Blake lo pintó viejo, con largos cabellos, barbado, sentado contra el muro de su mazmorra abrazado a los dos nietos y con la mirada perdida por entre sus otros dos hijos moribundos. Y enmarcando esta patética visión un par de ángeles. Blake, a diferencia de Dante, sintió más compasión por el conde. Borges en El otro, el mismo (1964) tiene un poema titulado El hambre: «...En la Torre del Hambre de Ugolino de Pisa/ tienes tu monumento y en la estrofa concisa...»; y en Nueve ensayos dantescos (1982) el texto, «El falso problema de Ugolino». El escritor argentino se preguntaba si Dante quiso hacernos pensar que Ugolino comió la carne o no; y añadía que, en realidad, lo que hizo el poeta fue crear esa incertidumbre y ambigüedad en el lector, «en la Tiniebla de su Torre del Hambre, Ugolino devora y no devora los amados cadáveres, y esa ondulante imprecisión, esa incertidumbre, es la extraña materia de que está hecho. Así, con dos posibles agonías, lo soñó Dante y así lo soñarán las generaciones». Ahora la ciencia está a punto de despertarnos de ese sueño.

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