Gestos

John Flaxman, 1793


ERICH AUERBACH
Dante, el poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008. P. 245-246


Dante observó a muchos seres humanos, su mirada era clara y precisa; pero no era un simple observador. Cada suceso dado que no vio directamente sino del cual solamente se había enterado por terceros —y aunque fuera por la vía menos gráfica posible—, se convertía en él en imagen en movimiento: escucha el tono de los que hablan, ve sus movimientos, siente sus impulsos y piensa sus pensamientos. Todo esto en uno; y sólo partiendo de esta unidad aborda al personaje. Los gestos no contienen nunca ningún alarde de observación naturalista; tienen su motivo y su límite en la escena representada cada vez, y cuando contienen simultáneamente el ser sensible del cuerpo que los realiza, eso es entonces una coincidencia que debe resultar por fuerza de la concordancia de este carácter con esa escena precisa. No se nos ofrece ningún detalle sobre el aspecto exterior de Dante o de Virgilio; no se describe ni una sola de sus cualidades corporales, y el único lugar donde no obstante se nos dice algo de esta índole —el la barba eleva de Beatriz (Purgatorio XXXI, 68)— resulta francamente extraño porque está dicho sólo de manera metafórica. Dante no se dejó nunca barba, que sepamos. Pero a partir de las muchas escenas en las que hablan y se mueven según cada situación, se va formando la imagen de su cuerpo. Y cada personaje del poema, sin importar cuál de ellos entresaquemos —Ciacco, el glotón que se yergue bajo la sucia lluvia y vuelve a caer desplomado poniendo los ojos en blanco; Argenti, que cubierto de lodo se muerde a sí mismo; Casella, que va al encuentro de Dante con los brazos abiertos; Belacqua, el perezoso, que está sentado abrazándose las rodillas y apenas alza la cabeza ante la inesperada visita— todos ellos enseñan que la escena que se nos narra produce y limita la observación naturalista, y que por tanto la redondez y totalidad que a pesar de todo adquiere el personaje de carne y hueso sólo pueden resultar de su integración completa en la escena. Pero los escasos gestos que da, a Dante le gusta darlos con una exactitud extrema y a menudo minuciosa; no insinúa nada sino que describe la acción como si redactara un atestado, a menudo de una manera analítica, y muy frecuentemente no le basta con eso: trata de esclarecerla y de enfatizarla con un símil muy pormenorizado que obliga al lector entusiasmado a demorarse...

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