Llum i música
Gustave Doré |
FRANCO NEMBRINI
Traducció de Ricardo Sánchez Buendía. Encuentro, 2016.
Un esbozo rapidísimo del canto II —que no podemos incluir en este ciclo de lecturas—, que es una especie de confirmación del I en el sentido de que Dante documenta en este canto lo que ha dicho ya en el anterior. Cumplido este rito purificador, hallamos la luz y la música, la vida como debe ser. Estamos todavía llenos de pecados y traiciones, todavía tenemos que purgar los siete pecados capitales, pero en la vida prevalece una luz, que en el canto II toma la forma del ángel barquero. Dante lo describe con una serie de fotogramas rapidísimos (un poco como en la imagen de Paolo y Francesca, en la que en una fracción de segundo, como sólo puede hacer un fotógrafo, capta el instante en que todavía están con las alas desplegadas en vuelo pero ya han posado los pies en el nido). En una secuencia rápida de imágenes, vemos a este ángel que vuela rapidísimo a ras del agua, consciente sólo de lo que debe hacer sirviendo a Dios. Una luz que se engrandece y se aclara poco a poco según se avecina, literalmente a la velocidad de la luz (quién sabe lo que habrá visto Dante para poder hablar de estas cosas de esta manera...). El canto II es la descripción de esta luz increíble. Después sigue el encuentro con Casella, un amigo entrañable de Dante, compositor y músico, cuyo canto le arrebata: la luz y la música serán las dos claves del Purgatorio. Premisa y prenda de lo que será todavía más en el Paraíso, sin duda; pero comienza ya una vida en la luz. Llenos de pecados, pobreza y traiciones, pero libres de la oscuridad del infierno, del horro de gritos y blasfemias: finalmente una vida que goza ya de la música y la luz.
¿Qué hace el hombre ante la luz y la música? ¿Qué cantan las almas con las que Dante se encuentra? Cantan el salmo 113. In exitu Israel de Egipto: el canto de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, el canto de la libertad. La primera oración que Dante escucha es un himno a la libertad. El purgatorio es ya un espacio en el que crece la libertad del hombre, aumenta poco a poco según mira a la verdad, según se entrega, cede, dice sí a la verdad que ha entrado en su vida. Y entonces el hombre sólo tendrá que hacer una cosa: pedir que se cumpla lo que ya ha comenzado, que llegue a plenitud lo que ya ha visto y experimentado. «Yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo», diría san Pablo (Flp 3, 12).
El purgatorio es una imagen de lo que es la vida: pedir y trabajar para que se cumpla lo que ya ha entrado en la vida haciéndola grande y noble. Es como el enamoramiento. Cuando uno se enamora, se enamora, y es algo increíble. Pero, ¿en qué consiste el amor? En la petición y el deseo infinito de que dentro de ese hecho todo se cumpla. Como escribe Romano Guardini «En la experiencia de un gran amor (...) todo se convierte en un acontecimiento dentro de su ámbito». De lo contrario, al cabo de un tiempo uno se harta. En cambio uno no se cansa, puede ser fiel si mantiene viva esta petición.
Todo el Purgatorio es esto. In exitu Israel de Egipto: el punto de partida es la consideración conmovida del bien que ya ha entrado en la vida; y el trabajo del hombre es pedir que ese bien se cumpla. El trabajo de la vida es la memoria, que es la facultad que hace presente algo del pasado, lo devuelve al presente ahora, lo trae de nuevo ante el corazón para que el corazón pueda apegarse de nuevo al bien: re-cordar, dar de nuevo al corazón. Como se dice en todas las lenguas, inglés, francés, español, alemán, hasta en el dialecto bergamasco. «Ma'e mia'n cor», decía mi abuela, «no me viene al corazón», es decir, no me acuerdo; porque en bergamasco recordar se dice «ma'e'n cor», me viene, me vuelve al corazón. El trabajo del hombre es esta memoria. La multitud de los primeros bienaventurados que Dante ve hace este acto de reconocimiento de lo que haya sucedido, del bien del que ya participa y al que se pide de todo corazón el cumplimiento.
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