Compatriotes

Dante e Virgilio incontrano Sordello, Antonio Varni, circa. 1870


ERICH AUERBACH
Dante, poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008. P. 225-227


Ser de una misma cuna y tener un mismo idioma es, en el más allá dantesco, un vínculo de alegría y de amor, y el motivo del paisano encontrado lejos de la patria, que a nosotros puede parecernos sentimental, la Comèdia lo varía y lo eleva hasta lo sublime. Virgilio y Dante pasan conversando junto a las tumbas de los herejes y Farinata lo reconoce por el acento como a un florentino; de pronto, su voz sale, espantosa, de una de las tumbas: «O Tosco che per la città del foco vivo ten vai cosi parlando onesto...». La frase es de por sí un magnífico ejemplo de lenguaje noble, pues, modelada hasta el último detalle, abarca el contenido diverso y lo expresa con las palabras más directas y sencillas; repitámosla varias veces para penetrar bien en la emoción profunda del gran Farinata y la fuerza de sus palabras que oculta su riqueza; pero, con parlare onesto, Farinata se está refiriendo al dialecto de Florencia, y así nos enteramos con este pasaje que Dante en su conversación con Virgilio habla en el italiano de la Toscana de la misma manera que éste, como natural de Mantua, se sirve del italiano de la Lombardía del año 1300 —detalle que se aprecia en otro pasaje, muy similar a éste (Infierno XXVII, 19 ss.)—. Sobre este pasaje, que contiene también una invocación a la patria común, volveremos posteriormente, pues para la temática presente, el reencuentro con un paisano, se nos ofrece otro mantuano, Sordello, el poeta provenzal natural de Mantua que en el Antepurgatorio (Purgatorio VI), al atardecer, solitario y huraño como un león en reposo, se resiste a contestar la pregunta de Virgilio hasta que de pronto la palabra Mantua le hace levantarse bruscamente: «O Mantovano, io son Sordello de la tua terra—e l'un l'altro abbracciava». No hay otro ejemplo mejor que esta escena para indicar el peso del escenario que posibilita tales reencuentros, pues sin la introducción ni la ocasión que se ofrece de la manera más natural, el apóstrofe siguiente invocando a Italia y al emperador no sería nada más que retórica, mientras que ahora, con el pensamiento más claro y conciso, es un grito, una escena auténtica ajustada a la ocasión, como ya dijimos más arriba; tanto Dante como el oyente están preparados ahora para gozar por completo de la emoción desatada, el uno como autor que da forma, el otro como receptor de esa forma, y, sin embargo, esta emoción no se produce de manera forzada, con medios artísticos, sino que en su artisticidad hay naturalidad porque se corresponde con el curso natural del ser humano.

Concluimos aquí nuestra enumeración de encuentros, pues para tratarlos de manera exhaustiva tendríamos que transcribir una gran parte del poema. Esperamos haber aclarado suficientemente qué es lo que nos importa aquí en particular: el estado de emoción profunda, de revuelo, en el que se hallan las almas, en parte a causa del lugar en el que se encuentran, en parte por el encuentro con un vivo en un sitio semejante. [...] Pero todas las almas que están reunidas allí, de todas las épocas y tierras, con su sabiduría y su necedad, bondad y maldad, amor y odio del mundo, representando toda la historia en sincronía, ven en la llegada de este ser viviente la ocasión y la necesidad de expresar lo que son y de documentar de modo tangible y físico el estado final en el que se hallan. 

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