Nota introductòria al cant IX

L'angelo portieri, Duilio Cambelloti, 1902


JOSÉ MARÍA MICÓ
Dante Alighieri. Comedia. Pròleg, comentaris i traducció de José María Micó.
Acantilado, 2018.


El poeta prepara la escena de su primer sueño en el purgatorio con una compleja precisión astronómica: la aurora (amante de Titón) ya había dado algunos pasos en el otro extremos del mundo, y donde estaban eran casi las nueve de la noche. Cansado por el peso de su cuerpo mortal, Dante se durmió; al acercarse la hora del alba, soño que un águila de plumas doradas (que le hizo pensar en el monte Ida y en Ganimedes) lo capturó y lo llevó hasta la esfera del fuego, donde ambos ardieron; ese ardor soñado lo despertó bruscamente, como le ocurrió a Aquiles cuando su madre lo arrancó de los brazos de Quirón (el episodio se cuenta en la Aquileida de Estacio). Dante está desconcertado porque se durmió rodeado de los espíritus y ahora, hacia las nueve de la mañana, sólo está Virgilio, que lo tranquiliza y le explica que, mientras dormía, a la hora del alba una mujer, Lucía (véase Inf., II, 97-102), lo tomó en brazos y lo llevó hasta donde estaban, indicando la entrada del purgatorio, y que desapareció cuando estaba a punto de despertarse. Dante sigue a Virgilio hacia el lugar indicado, y el autor vuelve a apelar al lector ante el desafío de una materia cada vez más sublime. Por una brecha ven la puerta del purgatorio, antecedida por tres escalones, y en el último de ellos un ángel con la espada desnuda; su esplendor impide ver sus facciones. Al saber por Virgilio que cuentan con la autorización de una mujer celestial, el ángel les pide que esperen ante los escalones, que son de distinto color: blanco, casi negro y rojo ardiente (simbolizan los tres momentos del sacramento de la penitencia: examen de conciencia, acto de contrición y rubor de la confesión). Dante sigue las indicaciones de Virgilio, se golpea el pecho, se postra ante el ángel y apela a su misericordia para que le abra la puerta. El ángel marca siete veces la letra P en la frente de Dante con la punta de la espada (los siete pecados capitales, que tendrá que borrar en el purgatorio) y abre la puerta con dos llaves (de oro y de plata: el poder de absolución y el juicio del confesor) que el mismo San Pedro —dice— le entregó para que las usase con misericordia. Para terminar le advierte que una vez cruzada la puerta no hay que mirar atrás. El poeta compara el enorme chirrido de la puerta al abrirse con el estruendo de la del templo de Saturno en Tarpeya (lo cuenta Lucano en la Farsalia). Dante oye entonces el himno Te Deum laudamus entonado por muchas voces que se alternan en un canto polifónico.

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