FRANCO NEMBRINI
Dante, poeta del deseo. Purgatorio. Conversaciones sobre la Divina Comedia. Traducció de Ricardo Sánchez Buendía. Encuentro, 2016.
Huelga decir que todos estos descubrimientos no sólo me han entusiasmado, sino que además me han dado un nuevo impulso: ¿es realmente cierto que la regularidad que ha individuado Singleton en relación a la distribución del número de versos es la única de todo el poema? ¿No es posible que, mirando más atentamente, se pueda descubrir alguna otra huella?
Mientras daba vueltas —rumiaba, habría dicho Dante, esperando tener la pezuña hendida, saber distinguir la verdad de mis fantasías...— a esta pregunta, me vino a la mente otra imagen, la del llamado «cuadrado sator». Se trata de una inscripción en latín, cuyos ejemplos más antiguos conocidos hasta ahora han sido hallados en Pompeya, y que se encuentra en varios edificios religiosos de uno a otro extremo de Europa. Está compuesto de cinco palabras de cinco letras cada una, que se puede leer en cada dirección, con una cruz palíndroma en el centro.
Buscando posibles significados ocultos, los estudiosos descubrieron que, en un posible anagrama de las palabras del cuadrado, se obtiene una nueva cruz con la palabra paternoster de la que restan dos A y dos O, equivalentes latinas de las griegas alfa y omega, que se atribuyen a Jesús en el Apocalipsis.
Podría tratarse pues de un símbolo cristiano, elaborado en los primeros decenios de la Iglesia, cuando los seguidores de la nueva religión, perseguidos, habrían escogido este medio para declararse de una forma no inteligible por los demás. Ciertamente eso se pensaba en la Edad Media, de manera que el cuadrado se reproducía frecuentemente en las iglesias.
También en esto encontré una idea sugerente. ¿No es posible —me pregunté— que Dante, que seguramente conocía el «cuadrado», haya escondido en alguna parte de su obra una estructura similar?
Mientras reflexionaba sobre esta cuestión de los números y la cruz del paternoster, se me volvió a despertar una duda que arrastro desde hace mucho tiempo, nacida de décadas de lectura y enseñanza de la obra de Dante: ¿cómo puede ser que no haya ninguna referencia a la cruz en toda la Comedia, que es una gran alabanza de la Encarnación de Dios? ¿Es posible que a Dante se le pasase por la cabeza hacer descansar la arquitectura del poema —como sucede en el cuadrado y en toda la historia de la salvación— en una cruz?
¿Podría haber hecho como los constructores de catedrales que, al proyectar sus obras, se basaban en una serie de cálculos numéricos que, uniendo entre ellos las diferentes dimensiones de la iglesia —longitud, altitud y amplitud de las naves, distancia entre las columnas...— hacían que no sólo las meras partes visibles —pinturas, vidrieras, estatuas...—, sino también la entera estructura reflejase de una manera no inmediatamente visible, pero no por ello menos decisiva, el orden divino del cosmos?
Utilizando por un lado las observaciones de Singleton, que ya habían demostrado ser tan fecundas, por otro la estructura del «cuadrado», decidí que valía la pena que intentase yo también «jugar» un poco con los números. Y poco a poco empezaron a emerger otras correspondencias, otras regularidades.
[...] he vuelto al número de versos, y he intentado ver si también aquí se veía algo. El total de versos de la Comedia es 14.233; y, mira que casualidad, 1+4+2+3+3 da nuevamente 13. ¡13, el número de Dios que actúa!
Sostenido por estas ulteriores confirmaciones, volví a la secuencia de Singleton, y descubrí que si consideramos no el simple número de versos de los cantos, sino la suma de sus cifras, la regularidad se extiende más allá de lo que Singleton había observado: la secuencia 7, 10, 10, se repite en efecto, especularmente, no dos veces, una a cada lado del 13 central, sino cuatro, dos veces antes y dos veces después.
Entonces me surgió la sospecha de que hallaría la cruz que estaba buscando. La secuencia que había encontrado, por supuesto, era una secuencia lineal; pero está formada de cuatro fragmentos. Cuatro, como los brazos de una cruz; en torno al canto central, Dante ha dispuesto cuatro secuencias numéricas significativas, como los brazos de una cruz. ¿Acaso, mirándolo mejor, no podían salir a la luz otras? Y he aquí que entonces se puede individuar, realmente, una cruz.
Pequeña, justo en el centro del poema, una cruz cuyos números dan, en horizontal y en vertical, la misma suma: ¡33, los años de Cristo! ¡En el corazón de la Comedia, y por tanto en el centro del mundo —parece decir Dante— está la cruz de Cristo! Una cruz no simétrica; pero la asimetría a su vez es significativa: el brazo que llega del infierno contiene un 7, el número del hombre por sí solo; los que se extienden a lo largo del purgatorio, el 10, el número de la misericordia; el que sube hacia el paraíso el 13, el número de Dios. ¿Acaso no podría representar el 7 al hombre solo que llega del infierno, el 10 la misericordia de Dios que lo abraza en el purgatorio y el 13 la ascensión al paraíso?
Entonces seguí prolongando tres cantos cada brazo de la cruz, como abrazando el poema entero:
En cada uno de los cuatro brazos, el total que hemos añadido —36 hacia el infierno, 27 en las otras tres direcciones— es un número cuyas cifras sumadas da 9 (3+6=9; 2+7=9). Y 9 —como es universalmente conocido por los estudiosos de Dante— es el número de Beatriz. Pero hay más. En la secuencia que va hacia el infierno falta el 7: el mundo, el hombre no está. Falta lo humano, falta el deseo; tan sólo Beatriz, que va a recoger a Dante en la «selva oscura». En los dos abrazos del purgatorio se repite la secuencia, 10, 7, 10, la misericordia de Dios que abraza al hombre. Y hacia el paraíso, 7, 7, 13: el hombre que va hacia Dios, que llega a Dios.
Fascinado por este descubrimiento, por el descubrimiento de que hay una cruz —que la cruz que gobierna el mundo, que gobierna la arquitectura de la Comedia y que abraza el mundo está presente—, he seguido adelante, buscando alguna ulterior confirmación, algún otro rastro. Y he encontrado lo que se ve aquí abajo:
Otras tres cruces. ¡Y qué cruces! Una en el Infierno, hecha sólo de números 7; una en el Purgatorio, hecha de 10; una en el Paraíso, compuesta de 13. De nuevo: en el infierno, el número del hombre solo; en el purgatorio, el número del hombre abrazado por la misericordia de Dios; en el paraíso, el número de Dios obrando.
Resumiendo. Siguiendo la indicación de Singleton —tener en cuenta no el número de versos de cada canto sino la suma de las cifras que componen esos números— y extendiéndola más allá del uso que él hizo de esa indicación, y disponiendo después las sumas resultantes en un esquema de 11 columnas de 9 líneas, en correspondencia con la estructura de la Comedia, hemos descubierto:
- una cruz pequeña en el centro, cuyos dos ejes dan como total 33, los años de Cristo;
- también en el centro, una cruz grande, que es la ampliación de la primera con el añadido de 9 (Beatriz);
- tres cruces, una en cada parte del poema (Infierno, Purgatorio y Paraíso), cada una de las cuales dice algo sobre el contenido de esa parte.
Sin duda no son más que meras intuiciones, muestras de un trabajo que debe desarrollarse y en las que hay que profundizar, ya desde el aspecto estrictamente matemático (¿no serán consecuencias en cierto modo inevitables de la estructura numérica en que se basa la Comedia, debidas a que el número de versos sumados de cada canto es necesariamente 7, 10 y 13?), ya desde el punto de vista de la numerología (el valor simbólico de los números encontrados), ya en definitiva bajo el punto de vista textual (para comprobar si, como ya en la secuencia individuada por Singleton, las referencias numéricas vienen respaldadas por correspondencias léxicas). Pero, aun guardando toda la prudencia necesaria, estamos hablando de todos modos de conexiones, por lo que yo sé, todavía no observadas, y que merecen sin duda que se profundice en ellas.
Una última anotación de método. He encontrado la cruz porque he partido de la hipótesis de que debía/podía haber una cruz, confirmando así que toda investigación verdadera comienza sólo si como punto de partida hay una hipótesis que verificar. La investigación puede después desmentir la hipótesis de partida: pero sin hipótesis no hay tampoco auténtica investigación. Siempre que hay un hallazgo, en definitiva, es porque de algún modo se considera posible.
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