Vanitas vanitatum, et omnia vanitas

 Vincent van Gogh, 1886


ERICH AUERBACH
Dante, el poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008.


Un ser humano de la Antigüedad se imaginaba el tema de la «vanidad de la fama» en la figura de Aquiles, quien, en los infiernos, confiesa a Ulises que preferiría ser el más humilde siervo antes que el señor de los muertos; y también nosotros, si queremos representarnos esa idea con una imagen, pensamos más o menos en un gran señor que gracias quizás a la reflexión contemplativa en la última etapa de su vida o a un reconocimiento póstumo hubiera comprendido la futilidad de la fama. Dante trata este tema de otro modo; no es César quien habla en la Comedia de la vacuidad de la fama terrenal; para Dante, la fama de César no era vana sino importante en el contexto de la historia providencial del mundo; pero esto solo no basta; Dante se servía únicamente de personajes históricos o míticos cuando se trataba de presentar los grandes momentos de la historia universal y de la historia sagrada, pero para la creación concreta de un simple tema moral y empírico no necesitaba hacer uso de ellos. ¿Y a quién toma como ejemplo para el tema «vanidad de la fama?» Toma al miniaturista Oderisi de Gubbio, un contemporáneo fallecido en el año 1299, de quien no poseemos más datos que una nota de Vasari, que tampoco sabía mucho de él. Pero admitiendo que en la época de Dante hubiera sido el número uno en su arte, ¡vaya gloria restringida es ésta para un tema así, cuántos lectores de su tiempo podían saber algo al respecto, y Dante pensaba en lectores de siglos futuros y escribía para ellos! Pero no se sirvió de ningún ejemplo brillante que produjera su efecto en el contraste con su posición en el mundo terrenal, bien conocida de todos; a él le bastaba que Oderisi tuviera un cierto renombre en su ámbito y que fuera celoso de su fama. La escena está contenida en el canto XI del Purgatorio, entre los soberbios que avanzan muy lentamente, encorvados hasta casi tocar tierra por la pesada carga que soportan, y Dante acaba de hablar con uno de ellos:


Ascoltando chinai in giù la faccia;
e un di lor, non questi che parlava,
si torse sotto il peso che li 'mpaccia,
   
e videmi e conobbemi e chiamava,
tenendo li occhi con fatica fisi
a me che tutto chin con loro andava.
   
"Oh!" diss'io lui, "non se' tu Oderisi,
l'onor d'Agobbio e l'onor di quell' arte
ch'alluminar chiamata è in Parisi?"
   
"Frate," diss' elli, "più ridon le carte
che pennelleggia Franco Bolognese;
l'onore è tutto or suo, e mio in parte.
   
Ben non sare' io stato sì cortese
mentre ch'io vissi, per lo gran disio
de l'eccellenza ove mio core intese.
   
Di tal superbia qui si paga il fio;


Tras la conmovedora escena del reconocimiento («e videmi e conobbemi e chiamava»), Dante lo saluda con palabras elogiosas porque sabe que el otro es sensible a ello; pero sus palabras adquieren una ligera tonalidad de desdén e ironía. ¡honor de Gubbio! Acaso también la manera un poco enfática de describir el arte de Oderisi exprese una sonrisa leve. Sin embargo, ¡qué respuesta estremecedora le da el penitente! «Hermano —dijo— más debe agradarte la pintura de Franco el Boloñés...». El rival, cuya superioridad nunca admitida le torturó en vida, sigue teniéndole ocupado aún, y confesarla forma parte de su penitencia; éstas son las primeras palabras que pronuncia, y luego comienza el conocido discurso sobre la fama en el que son citados Cimabue y Giotto y los poetas del Stil Nuovo. Así como aquí, para el gran tema de la fama, se utiliza a una persona de limitado relieve cuya desmedida sed de gloria no se sustenta en un instinto de dominación ni en proyectos grandiosos que le encumbren sino en la estrechez de sus horizontes, cuyo disio de l'eccellenza se refería por completo a su bello oficio artesanal; y así como se crea aquí como tipo ideal de un vicio y de su superación la imagen de este personaje, conocido de sobras en su entorno pero sin haber sido fijado su carácter en la conciencia colectiva, de la misma manera, Dante es en casi todas las ocasiones el creador, el que modela por primera vez a sus personajes. Cuando Cacciaguda dice que a Dante se le presentan en el más allá sólo aquellas almas «che son di fama note» [a la fama duraderas] (Paradiso XVII, 136 ss.) porque las personas no dan crédito a los ejemplos con personajes desconocidos, ese comentario puede que haya sido acertado para los oyentes contemporáneos, pero aunque puedan haber tenido esta o aquella opinión más o menos extendida de los personajes representados, de quienes conocían más detalles que nosotros, únicamente el poema de Dante proporcionó a esta opinión una forma y una fijación porque proclamaba la realidad de los personajes junto con su destino final. Y para nosotros, a quienes la gran mayoría de los personajes que salen a escena nos son completamente desconocidos y de los cuales, en el mejor de los casos, sólo disponemos de unos pocos datos extraídos de algún documento, las palabras de Cacciaguda carecen por completo de validez; para nosotros, la mayoría de los ejemplos que da Dante no corresponden a personajes famosos, y sin embargo les otorgamos nuestro crédito. ¡Pensemos en Francesca Malatesta de Rimini! En tiempos de Dante puede que su historia fuera famosa, hoy en día está completamente olvidada y no ha quedado nada más de ella que la segunda mitad del quinto canto del Infierno de Dante; pero a partir de esos versos ha pasado a convertirse en un carácter poético, como una figura mítica o un personaje grande de la historia...

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