El cant XXIII

Gustave Doré

JOSÉ MARÍA MICÓ
Dante Alighieri. Comedia. Pròleg, comentaris i traducció de José María Micó.
Acantilado, 2018.


Los tres poetas reemprenden el camino y oyen unos cantos armoniosos que contienen lamentos y entonan «Labia mea, Domine» (palabras del Miserere: «Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza», Salmos 51, 17). En ese momento un grupo de penitentes los adelanta a buen paso, mirando con estupor a los visitantes; están tan delgados que son sólo piel y huesos, y Dante piensa en dos parangones, el mito de Erisictón (lo cuenta Ovidio en las Metamorfosis, VIII, 801-879) y los habitantes de Jerusalén durante el asedio de la ciudad (con el detalle, leído por el autor en Flavio Josefo, de la madre que devoró a su hijo, María Eleazar); si en el rostro de un hombre algunos ven formada la palabra OMO (ingeniosidad medieval basada en la letra gótica: dos O dentro de una M), en ellos destacaba claramente la consonante (pues ya nos ha descrito antes, vv. 22-23, sus  «ojos hundidos en sus cuencas»). Uno de los penitentes grita de alegría al ver a Dante, y este lo reconoce más por la voz que por el aspecto. Es Forese Donati, que le pregunta qué hace ahí y quiénes son los otros dos, pero Dante quiere saber antes qué es lo que provoca su demacración y Forese se lo explica: como en vida se excedieron con su gula, las ramas y sus frutos inalcanzables emanan un olor que les provoca hambre y sed, de manera que cada vez que pasan se acercan al árbol con el mismo anhelo con que Cristo invocó a su padre en la cruz. Después le pregunta a Forese cómo es posible que en menos de cinco años (murió en 1296) haya llegado ahí saltando el antepurgatorio. La razón, explica Forese, son las oraciones de su esposa Nella, cuya virtud elogia en palmario contraste con la mayoría de las mujeres florentinas, que son más impúdicas —opina— que las más descocadas hembras de la región sarda de Barbagia, pero no tardará en llegar el día —pronostica— en que sean reprendidas desde el púlpito y lo lamenten amargamente. Al final le pide a Dante que responda a su primera pregunta, y el protagonista, evocando la amistad que tuvieron, le confiesa que uno de los otros dos espíritus es su guía, que lo sacó de la mala vida, lo acompañó por el infierno y lo acompaña por el purgatorio hasta que encuentren a Beatriz. Es Virgilio —dice señalándolo—, y el otro espíritu es aquel cuya salvación provocó la sacudida del monte. 

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