Introducció al cant XXVIII

Nicolò Barabino, Dante incontra Matelda, entre 1876-1887


JOSÉ MARÍA MICÓ
Dante Alighieri. Comedia. Pròleg, comentaris i traducció de José María Micó.
Acantilado, 2018.


Dante explora el lugar, que describe en evidente contraste con la «selva oscura» del primer canto del Infierno: un bosque exuberante y placentero en el que sopla una brisa constante que mece las ramas y acompaña con sus vaivenes el canto de los pájaros (un rumor que compara con el del pinar de Classe, cerca de Rávena, cuando sopla el siroco). Se adentra en el bosque y le corta el paso un riachuelo de aguas limpísimas, protegidas de la luz del sol y de la luna por la espesura. Mira más allá del río (después sabremos que se trata del Leteo) y ve a una joven mujer que avanza cantando y cogiendo flores; le pide que se acerque para oír mejor su canto y, como le parece enamorada, le recuerda a Proserpina (que fue raptada por Plutón mientras estaba recogiendo flores); la mujer, cuyo nombre, Matelda, no sabremos hasta el último canto del Purgatorio (XXXIII, 118), alza sus ojos y Dante compara su mirada con la de Venus recién flechada accidentalmente por su hijo Cupido, de manera que el poeta aborrece el arroyo más de lo que Leandro odiaba el Helesponto que lo separaba de su amada (Ovidio, Heroidas, 18 y 19). La mujer dice que entenderán su alegría si recuerdan el salmo Delectasti (Salmos 91, 5 «Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo, las obras de tus manos»). Dante pregunta por qué hay ahí agua y viento. La mujer aclara que se trata del paraíso terrestre, creado para la felicidad del género humano, que lo perdió a causa del pecado original; Dios elevó hasta el cielo la montaña del purgatorio para que el paraíso, en su cima, estuviese libre de las perturbaciones atmosféricas, pero en su punto más alto sí hay circulación de aire, que mueve las ramas y esparce las semillas sobre la tierra, donde fructifican; el agua que ve no procede de manantial, sino de la fuente perpetua de la voluntad divina, que se expande en dos ríos: el que está viendo es el Leteo, que elimina el recuerdo; del otro lado está el Eunoé, que restituye el bien cumplido. Como conclusión dice la mujer que tal vez este es el sitio que soñaron los poetas antiguos cuando hablaron de la inocencia de la Edad de Oro, con su eterna primavera y su néctar. Dante se vuelve hacia Virgilio y Estacio y los ve sonreír; después mira de nuevo a la mujer.

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