Matelda

John William Waterhouse, Study for Dante and Matilda, entre 1914-17



HAROLD BLOOM
Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares.
Traducció de Margarita Valencia Vargas. Anagrama, 2005.


Ninguno de mis amigos coincide en su canto favorito del Purgatorio; yo escojo la visión de Matilde recogiendo flores en el Paraíso terrenal del canto XXVIII:


Deseoso de ver por dentro y fuera
la divina floresta espesa y viva,
que a los ojos temblaba el día nuevo,

sin esperar ya más, dejé su margen,
andando, por el campo a paso lento
por el suelo aromado en todas partes.

Un aura dulce que jamás mudanza
tenía en sí, me hería por la frente
con no más golpe que un suave viento;

con el cual tremolando los frondajes
todos se doblegaban hacia el lado
en que el monte la sombra proyectaba;

mas no de su estar firme tan lejanos,
que por sus copas unas avecillas
dejaran todas de ejercer su arte;

mas con toda alegría en la hora prima,
la esperaban cantando entre las hojas,
que bordón a sus rimas ofrecían,

como de rama en rama se acrecienta
en la pineda junto al mar de Classe,
cuando Eolo al Siroco desencierra.

Lentos pasos habíanme llevado
ya tan adentro de la antigua selva,
que no podía ver por dónde entrara;

y vi que un río el avanzar vedaba,
que hacia la izquierda con menudas ondas
doblegaba la hierba a sus orillas.

Toda el agua que fuera aquí más límpida,
arrastrar impurezas pareciera,
a ésta que nada oculta comparada,

por más que esta discurra oscurecida
bajo perpetuas sombras, que no dejan
nunca paso a la luz del sol ni luna.

Me detuve y crucé con la mirada,
por ver al otro lado del arroyo
aquella variedad de frescos mayos;

y allí me apareció, como parece
algo súbitamente que nos quita
cualquier otro pensar, maravillados,

una mujer que sola caminaba,
cantando y escogiendo entre las flores
de que pintado estaba su camino.

"Oh, hermosa dama, que amorosos rayos
te encienden, si creer debo al semblante
que dar suele del pecho testimonio,

tengas a bien adelantarte ahora
—díjele— lo bastante hacia la orilla,
para que pueda escuchar lo que cantas.

Tú me recuerdas dónde y cómo estaba
Proserpina, perdida por su madre,
cuando perdió la dulce primavera".

[Traducció de Luis Martínez de Merlo]


En la estática traducción de Percy Bysshe Shelley este conserva la terza rima —que Dante inventó— a expensas del significado literal original, pero logra captar las sorpresas y el esplendor de la llegada de Matilde, quien dio marcha atrás a la caída de Proserpina y de Eva, y quien presagia para Dante el regreso inminente de la visión de Beatriz. Es posible también que Shakespeare (acto IV, escena 3, de El cuento de invierno) ronde la memoria de Shelley, pues Perdita es el equivalente shakespeariano de Matilde:

[PERDITA.—...] ¡Oh Proserpina! ¡Que no tenga a mi disposición las flores que, en tu espanto, dejas caer del carro de Plutón! ¡Los narcisos, que preceden a las intrépidas golondrinas y cuya belleza cautiva a los vientos de marzo!

Hay un enigma en torno a las razones por las cuales Dante llamó a esta joven cantante de El paraíso recuperado Matilde (Matelda), y los estudiosos han intentado explicaciones muy diversas. La Matilde de Dante sólo aparece brevemente pero yo la prefiero perversamente a Beatriz, que regaña y sermonea y siempre es demasiado buena para Dante. Como la Perdita de Shakespeare, Matilde nos resulta encantadora. ¿Quién si no el feroz Dante hubiese podido enamorarse de nuevo de la celestial Beatriz? ¿Cómo no enamorarse de Matilde después de las siguientes estrofas?


...este supera a todos los sabores.
Y aunque bastante pueda estar saciada
tu sed para que más no te descubra,

un corolario te daré por gracia;
no creo que te sea menos caro
mi decir, si te da más que prometo.

Tal vez los que de antiguo poetizaron
sobre la Edad de Oro y sus delicias,
en el Parnaso este lugar soñaban.

Fue aquí inocente la humana raíz;
aquí la primavera y fruto eterno;
este es el néctar del que todos hablan.


Graciosa y bella, misteriosa epítome de una joven enamorada, Matilde camina con Dante por las praderas como si la Edad Dorada hubiese regresado. Matilde se mueve como una bailarina y no es necesario que la obliguemos a ir más despacio abrumándola de alegorías o relecionándola con nobles mujeres de la historia o contemplativas benditas. Está claro que Dante, famosamente susceptible a la belleza femenina, se habría enamorado de Matilde si la transfigurada Beatriz, madre regañona e imagen del deseo, no lo estuviese esperando en el canto siguiente.

La reacción de William Hazlitt, ese soberbio crítico literario del Renacimiento británico, ante Dante es mucho más ambigua que la de Shelley o la de Byron, y sin embargo él sí captó la verdadera esencia de su originalidad, el efecto de su genio:


Es interesante tan solo porque logra estimular nuestra simpatía con la emoción que lo posee. No nos presenta los objetos que han estimulado esa emoción; más bien se prende de la atención y nos muestra el efecto que esta produce en sus propios sentimientos; en consecuencia, su poesía frecuentemente nos transmite la fascinante y sobrecogedora sensación que nos invade al contemplar el rostro de una persona que ha visto un objeto aterrador.


Hazlitt estaba pensando en el Infierno y no en Matilde en el Purgatorio, en donde la sensación es la de contemplar un rostro que ha visto un objeto fundamental de deleite.

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