Virgili, Dante i nosaltres

Dante et Virgile aux Enfers, Jean-Léon Gérôme (finals del segle XIX)


ERICH AUERBACH
Dante, el poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008.


Dante tenía puestas sus esperanzas en la aceptación de aquellos que llamarían «antigua» a su época: «che questo tempo chiameranno antico» [que al tiempo mío llamarán antiguo], Paradiso XVII, 120), y sus esperanzas se cumplieron. Pero no se imaginó que una buena parte de sus admiradores estaría compuesta por aquéllos a quienes los fundamentos de su fe ya no significan nada y les resultan extraños. No podía imaginárselo porque a él, como a su época, le faltaba el sentido histórico o la facultad de reconstruir una época histórica sin relación con la presente a partir de sus propios datos y conjeturas. Si bien Dante tenía con Virgilio aproximadamente los mismos problemas que nosotros con aquél, si bien los fundamentos espirituales y culturales de los que había surgido el arte virgiliano habían desaparecido y le eran completamente ajenos, Dante no lo percibía así; reconstruyó a Virgilio como si la Roma de Augusto solo esruviera separada de su propia época por el transcurso del tiempo, y como si todo lo acaecido en ese intervalo sólo hubiera ocasionado un aumento de nuevas experiencias y acontecimientos sin que significara una transformación de toda una forma de vida y de pensamiento; de manera que Virgilio se convierte en el abuelo que habla la lengua del nieto y lo comprende hasta en lo más profundo, mientras que a nosotros nos parecería más bien —Anatole France lo ha desarrollado con su elegancia erudita pero un poco vulgar— que si Virgilio hubiera podido conocer a Dante no le habría apreciado ni mucho menos entendido. Por lo menos nosotros, en comparación, poseemos una intelección cualitativamente superior del carácter de las civilizaciones del pasado o que nos son ajenas, y a partir de esa intelección hemos llegado incluso a adquirir la facultad de adecuarnos a ellas en lugar de realizar como Dante el camino inverso; por un cierto tiempo y sin compromiso, somos capaces de adoptar las formas e hipótesis ajenas a nosotros, tal como nos sometemos a las reglas de un juego, y de esta manera esperamos alcanzar una visión del carácter y de las instituciones de otras culturas diferentes y disfrutar de su arte. Para Dante, como para unos pocos más, no se requiere tal readaptación; quien entienda su lengua y sea capaz de experimentar por simpatía los destinos humanos, podrá interpretar directamente grandes partes de su obra; el mínimo de comprensión histótica requerido nos lo transmiten imperceptiblemente sus mismos versos. Mucho más complicada es la otra cuestión: la de saber  si el talento más grande para la comprensión histórica y la erudición más sólida pueden abrirse paso hacia Dante cuando falta por completo la voluntad de dejarse llevar por su mentalidad. Sin duda, las grandes creaciones del espíritu humano no están vinculadas a las formas particulares del pensamiento y de la fe de las surgieron; se transforman en cada generación que las admira mostrándoles un rostro nuevo sin perder su carácter. Sin embargo, existe un límite en su facultad para transformarse: a las formas de admiración excesivamente arbitrarias, las grandes obras del espíritu se les resisten. Y la Divina comedia, para expresarme con cautela, me parece que casi ha alcanzado ya el límite de su capacidad de cambio, si sus intérpretes filosóficos vocacionales filtran las denominadas bellezas poéticas y las aprecian como fenómeno puramente sensible, pero dejan a un lado su sistema y su doctrina, incluso toda su temática, como algo indiferente, en cierto modo como si necesitara de una disculpa magnánima.

Y es que tema y doctrina de la Comedia no son algo aparte sino las raíces de su belleza poética. En la abundancia esplendente de sus símiles tan gráficos y en la musicalidad mágica de sus versos, tema y doctrina son las fuerzas motrices, son la forma de esa materia, vivifican y encienden la alta fantasía; nada más sino ellas confieren a la apariencia visionaria, además de su verdadera forma, el poder para conmover y fascinar, y con este criterio concluimos aquí este apartado de nuestra investigación con el apóstrofe de Dante a la fantasía:

O imaginativa che ne rube
talvolta sì di fuor, ch'om non s'accorge
perché dintorno suonin mille tube,

chi move te, se 'l senso non ti porge?
Moveti lume che nel ciel s'informa,
per sé o per voler che giù lo scorge.

[Oh fantasía que, de cuando en cuando, | Arrebatas al hombre de tal suerte | Que no oyera mil tubas resonando, | ¿Quién si no es el sentido ha de moverte? | Muévete aquella luz que el cielo sella, | Por sí o por el querer de quien la vierte]. 

Purgatorio XVII, v. 13 y ss.

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