Beatrice

The Salutation of Beatrice, Dante Gabriel Rossetti, 1859


ERICH AUERBACH
Dante, el poeta del mundo terrenal. Traducció de Jorge Seca.
Acantilado, 2008. P. 102-109


La experiencia decisiva de su juventud, el hecho fundamental de su vida, fueron aquellos episodios que él mismo describió como la nueva vida, esto es, la historia de su amor por Beatriz. Para nuestro estudio es indiferente quién fue Beatriz y la cuestión de si realmente vivió; la Beatriz de la Vita nuova y de la Comedia es una creación de Dante y apenas tiene algo que ver con una niña de Florencia que con el tiempo acabaría casándose con Simone de Bardi. Y si, por otra parte, no es nada más que una alegoría de la sabiduría mística, hay tanto de real y de personal en ella, que uno tiene derecho a considerarla una figura humana, indiferentemente de si esas indicaciones sobre acontecimientos reales se refieren o no a una determinada persona. La manera disyuntiva de considerar las cosas que sólo acepta o bien esto o bien lo otro: o bien Beatriz vivió y Dante la amó realmente y entonces la Vita Nuova es literatura autobiográfica, o bien todo el conjunto es una alegoría —por consiguiente, una mistificación—, una construcción poco poética que derrumba uno de nuestros más bellos ideales, esta manera disyuntiva de razonar es tan ingenua como antipoética. Todos los poetas del Stil Nuovo poseen una amada mística, a todos les suceden aproximadamente las mismas aventuras amorosas, muy singulares todas ellas, a todos les dispensa o retira Amor los dones que se equiparan más a una iluminación que a un gozo sensual, todos ellos son miembros de una especie de sociedad secreta que determina su vida interior y quizás también la exterior: y sólo uno de ellos, Dante, fue capaz de representar esos episodios esotéricos de un modo que no cabía otra posibilidad que considerarlos como auténtica realidad incluso allí donde son completamente enigmáticos en sus motivos y en sus alusiones. Únicamente esto es decisivo para el carácter poético de su autor, y no se puede entender por qué se pretende otorgar más fuerza inspiradora a una experiencia erótica que es asequible a cualquier persona que a una iluminación mística que es capaz de preservar la evidencia de los fenómenos; como si la mímesis poética tuviera que ser una copia de determinados fenómenos, y no estuviese más bien autorizada a amalgamar a discreción su material de realidad a partir de la abundancia infinita de fenómenos de los que dispone el recuerdo a su disposición.

Así pues, el poema de la Vita nuova es inservible como material biográfico en un sentido pragmático: los acontecimientos que se desarrollan en él, los encuentros, los viajes y las conversaciones no pueden haber tenido lugar tal como están representados y no permiten tampoco ninguna conclusión que sea utilizable biográficamente. Esta obra es decisiva, sin embargo, para la biografía interior de Dante. Muestra el origen de la estructura espiritual de Dante a partir del misticismo amoroso del Stil Nuovo, y al mismo tiempo señala el lugar que le corresponde en el seno de aquel movimiento. Pues ya en la obra de juventud se revela una fuerza ordenadora que aspira a la unidad, una coherencia característica únicamente de él para dar forma, que unió en un conjunto las manifestaciones abstractas y ambiguas del Stil Nuovo. A pesar de todas las extrañezas y de todos los malentendidos derivados de aquéllas, el poema genera y conserva en sus lectores una impresión bien definida y sin duda justificada; la impresión de una experiencia visionaria en la cual lo perfecto se convierte en fenómeno físico, de una oscilación brusca o peripecia entre el galanteo y el alejamiento de aquel fenómeno, y finalmente de una separación definitiva que se revela como la reunión verdadera o como la esperanza de esa reunión. Hay muchos detalles extraños, sobre todo aquellas terceras personas que aparecen en la mencionada peripecia, la donna dello schermo [«mujer pantalla»], la chica muerta y las figuras introducidas posteriormente; pero aunque no se entienda su significado o se entienda sólo a medias —¿y quién lo entendería del todo?—, eso no perjudica a la forma del poema, pues es a partir de todo el conjunto como a esas enigmáticas figuras y a esos enigmáticos episodios se les desarrolla una realidad irracional y física, que encuentra acogida en la fantasía a pesar de su incomprensión. Pero el objeto de la visión misma, la sabiduría mística enviada de Dios, posee aquí como en ningún otro componente del Stil Nuovo rasgos tan evidentes de fenómeno físico que nos creemos en el derecho de denominarla con el mismo nombre que le dio Dante, Beatriz, sin pretender decir con ello que cualquier florentina le sirviera de modelo para su creación.

En Beatriz, el motivo cristiano-oriental de la divina perfección encarnada, la parusía de la Idea, dio un giro que a la postre fue decisivo para toda la poesía europea. El temperamento severo y apasionado de Dante, su afán siempre presente por la realización de lo justo, no toleraba ninguna experiencia vital visionaria que no pudiera ser legitimada al instante por la razón y por los hechos; la verdad secreta que aquí significó a su vez el primer embeleso dulce de los sentidos, la extrajo él del ámbito de la particular y enrevesada sociedad secreta y sobre esa verdad fundamentó lo real; la nostalgia de ella no pasó a ser en su corazón heterodoxia estéril o mística amorfa. La dama esotérica de los miembros del Stil Nuovo aparece ahora para todos en su significado; está en su puesto como eslabón necesario y previsto por la voluntad divina de salvación; la bienaventurada Beatriz es, como sabiduría teológica, la mediadora necesaria de la salvación para el ser humano necesitado de conocimiento, y en esta posición suya hay algo de pedante o de antipoético para el incrédulo romántico del siglo XIX; para Dante, el tomista, para quien ciencia y creencia son una cosa única, la amada sibilina —a quien María ha otorgado los poderes para salvarlo a él, a Dante, a través de la revelación gradual de la verdad real, de la memoria verdadera y de lo verdaderamente existente— no es nada mixto, híbrido, construido, sino la síntesis real, sensible-racional, de la perfección.

Múltiples motivos de diversa procedencia se entrelazan en este mito de la perfección encarnada; Beatriz es a la vez una santa cristiana y una antigua sibila; como amada terrenal es un sueño de juventud cuyos contornos son apenas reconocibles, y, como divinidad perteneciente a la jerarquía celestial, es una figura real. Tal vez no parezca verdaderamente cristiano a primera vista lo que hay en ella de particular; motivos cristianos en la poesía amorosa ya los incluía el amor cortés. Parecen faltar en ella el sufrimiento terrenal y la huida del mundo, rasgos característicos de una santa, y el didactismo, la revelación de la verdad secreta es algo sincrético y perteneciente a la Antigüedad tardía, pero no es propiamente cristiano. Y sin embargo, la novedad de Beatriz, creación dantesca, aquello que la distingue por una parte de la dama de los trovadores y por otra de los mitos antiguos y de las alegorías de la Antigüedad tardía, es algo eminentemente cristiano, algo más profundamente cristiano que la imitación del culto de los santos efectuada por el amor cortés: el motivo del arrobamiento y transformación en la figura recibida. La sibila es un ser sobrenatural, nunca fue otra cpsa; la dama de los trovadores, como ser sobrenatural, es sólo una metáfora. Los dioses míticos que descendían a la Tierra vagaban en ocasiones de incógnito por el mundo de los humanos pero siempre intactos en su se más íntimo, en su indiscutida divinidad; seguían siendo dioses. Sólo Cristo fue uno y lo otro: fue humano y se transformó, y para el creyente se transforma de nuevo cada día.

Por muy delicada y apenas hollada que sea la vida terrenal y la tribulación humana de Beatriz, éstas existen, sentimos el aroma de su persona humana, que era joven, admirablemente bella, que sentía dolor y que murió; asistimos a su arrobamiento, y en la transfiguración hacia el más allá se mantiene y se potencia su figura humana, su contingencia. Por ello, la Vita nuova no es sólo una obra de juventud poco original y descompensada, tal como sostienen algunos hoy en día; no se puede negar sus ambigüedades, ciertamente, e innegable es también su génesis a partir de una superación violenta del estilo de la época; pero la necesidad de tal superación tenía su origen en la esencia cristiana del tema, de la inclusión consciente de la incertidumbre y de la inseguridad terrenales dentro de la perfección; ambigüedades de un origen semejante se encuentran en cada creación mimética auténticamente cristiana, especialmente en los libros del Nuevo Testamento. La Vita nuova es más bien el estadio previo indispensable para el concepto dantesco de realidad, su verdadero brote, el preludio necesario para la Comedia. Pues lo que Dante fue y es, el poeta cristiano de la realidad terrenal mantenida en el más allá, en la perfección debida al juicio divino, llegó a serlo en su vivencia de juventud, y la Vita nuova es el testimoniode este devenir.

Su vida activa en el mundo está hasta el último de sus días sujeta al signo de su juventud. Origen, educación, saber, tendencias fundamentales políticas y filosóficas han sido fundidas en la experiencia juvenil poético-pasional y penetradas por su substancia, y la unidad así alcanzada es poética. Dante llevó una vida poética total, y su persona tomada en su conjunto muestra la figura del poeta, sin duda no en el sentido estoico-epicúreo y en absoluto en el sentido romántico de un alejamiento del mundo, de una existencia únicamente teórica, contemplativa y soñadora. La persona a quien Beatriz depara la magia de su saludo tenía tal plenitud de poderes y una tal fuerza expansiva de su ser interior que podía emprender la tarea de incluir su destino más personal en el destino más general, sí, e incluso partiendo de él dar una nueva forma al orden universal del mundo, al gran espectáculo, móvil en la quietud, del cosmos cristiano. Su vida, con todas sus acciones y aspiraciones, es poética porque deduce y legitima la razón práctica y la acción a partir de una visión poética, y porque su meta es esta visión. La sentimentalidad del cor gentile, una forma espiritual originariamente cerrada por completo, esotérica e irreal, hace saltar por los aires sus límites, se convierte en real y universal. Se ha intentado caracterizar la Comedia como una continuación de la forma provenzal del sirventés: así como el sirventés en su reducido ámbito es el lado polémico-negatico de una forma constructiva de vivir, así las partes censuradoras de la Comedia son sólo expresión de una visión demiúrgica, cuyas raíces yacen ocultas en la poesía erótica de su juventud, en su concepción del Stil Nuovo. El esoterismo poético, la vida onírica de la poesía segregada de la vida empírica que hay que vivir cada día, no encuentran continuidad en la formidable voluntad de Dante: la visión de la perfección que le fue dada se convirtió en la medida real de las cosas, y él poseía el férreo e inquebrantable poderío para aplicar esta medida también en la vida práctica y someterla a la plenitud de la vida.

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